Miro tras la ventana como llueve. Espero. Y observo como las gotas resbalan por el frío cristal, igual que mis lágrimas caen por mis mejillas. En el vaho del cristal escribo tu nombre. Y lo borro. Lo borro al apoyarme en el cristal, al sollozar contra él, al derrumbarme al suelo y caer. Me siento apoyando la espalda en la pared. Me abrazo las piernas. Lloro y grito. Lloro. Las lágrimas anulan mi visión, y por un momento te creo ver. El tiempo se detiene. El mundo vuelve a tener color. La vida vuelve a merecer la pena. Pero al abrir los ojos me doy cuenta de que tan sólo son las sombras de la luna en la penumbra de la casa. El silencio controla mi estado, y el tic tac del reloj parece que hace que mi corazón siga latiendo. Con su ritmo. Tic tac, tic tac... Nunca había sentido la soledad tan cerca, y lo que es peor, nunca había sentido que ella sería mi inseparable compañera durante el resto de mi vida. Estoy sola. Desorientada. Vieja... Pero sola, muy sola. La lluvia agrava la melancolía y los golpes de las frías gotas gotas sobre el cristal se van volviendo más fuertes, y silencian así los pedazos de mi corazón roto al caer sobre el suelo. Así, dejo de oír el reloj, dejo de ser consciente de mi vida. El dolor ha desgarrado mi vida para siempre. Soñé con amarte siempre, y te fuiste en el alba, como cada mañana, pero esta vez para no volver jamás. Y así, tirada en el suelo, llorando por ti, por el único amor que he sentido nunca en la vida, me dejo llevar...
[Dedicada a una gran mujer]